«¿Será que los hombres de Guatapé son de la familia de los sapos? Porque sapo no sube piedras”, con esa retadora frase, el sacerdote Alfonso Montoya Velázquez, ‘desafió’ a los habitantes de Guatapé el domingo 11 de julio de 1954.
Era la misa de las 10 de la mañana y se celebraban las fiestas patronales de la Virgen del Carmen, cuando a sabiendas que vendrían más expedicionarios de todo el mundo para escalar la Piedra de El Peñol, el cura claretiano conminó a los guatapenses a no dejarse arrebatar esa conquista de su tierra.
«Me parece extraño que desde el descubrimiento de América no haya aparecido un hombre capaz de escalar la piedra», agregó en su discurso el misionero que no ocultaba su admiración por el monolito.
A la salida de aquella misa dominical, Luis Eduardo Villegas López, un albañil que vivía en una pequeña casa cerca a la piedra, abordó al padre y le contestó: “Si no la escalé antes es porque no encontré alguien que me diera moral para hacerlo. Usted lo logró”. Era su sueño desde niño, cuando trepado en un morro de la vereda Quebrada Arriba, la contemplaba.
Cabe anotar que en tiempos anteriores, varias misiones llegadas incluso del extranjero habían intentado hacerlo con la ayuda de voladores a los que amarraban cuerdas intentando sobrepasar la roca para allanar el camino. Lograron ascender un máximo de 35 metros.
Acordaron entonces los paisas que a las dos de la tarde de ese mismo día salían camino a la piedra para analizar la posibilidad de escalarla. En su camino, acompañado también por Pedro Nel Ramírez, uno de sus trabajadores, se sumó Ramón Díaz a la comitiva de expedicionarios.
Luis Eduardo y su grupo llegaron a la piedra y ese día acordaron la ruta que seguirían para el intento. Una grieta ubicada en el costado oriental, que pareciera partir la piedra en dos, fue la ruta trazada.
Aspecto de la Piedra de El Peñol con la inicial y rudimentaria infraestructura para subirla. Foto: @lapiedrasitiooficial.
Una proeza de cinco días
Al día siguiente, muy temprano en la mañana acudieron los escaladores criollos a la gran roca. Llevaban en la espalda un escalera de guadua de ocho metros que les prestaron del templo parroquial y una bolsa de fiambre.
Luis se internó en aquella grieta señalada el día anterior, subió hasta el último peldaño de su escalera, encajó la espalda en el frío granito y recibió de sus compañeros algunos palos que poco a poco iba incrustando a presión entre los lados de la grieta.
Al finalizar el primer día sólo habían conseguido subir 20 metros. En la noche, mientras viajaba en el bus que lo llevaría al pueblo escuchó las burlas y sátiras de otros campesinos. El conductor del transporte, sin advertir la presencia de los escaladores, comentó: “cómo le parece que ha venido gente de otros países a escalar la roca y no han podido y ahora dicen que hay unos montañeros tratando de subir con escaleras de guadua”.
Pero no se desanimaron. Luis ya tenía una idea en la cabeza y no renunciaría a ella hasta realizarla. El segundo día los tres aventureros volvieron madrugados a la pared, con ayuda de los maderos incrustados llegaron al último punto alcanzado en la jornada anterior.
Esta vez trajeron más palos de diferentes longitudes y grosores para garantizar un mayor avance. Con poleas y cuerdas inventaron un sistema de izado de los maderos, materiales y herramientas que necesitaban, aplicando toda su experiencia como albañil para lograr ganarle altura a la piedra.
Al terminar la luz de ese segundo día de escalada los paisas bajaron de la pared y fueron a sus casas. Esa noche Magdalena Hincapié, esposa de Luis, intentó convencerlo en abandonar la escalada; “mijo no suba eso que es muy peligroso” le decía, pero Luis era muy arrojado y no logró nada más que motivarlo para el día siguiente.
El tercer día de escalada fue el más difícil, ya estaban a casi 100 metros de altura cuando dentro de la grieta encontraron un panal de abejas que obstaculizaba el ascenso, pero con algunos piquetazos, -que no son freno para un equipo paisa con todo el orgullo puesto en un sólo objetivo-, lograron superar la defensa biológica de la piedra.
El cuarto día, ya muy arriba en la pared, el día oscureció y llovía, dentro de la grieta bajaba toda el agua que era canalizada. Los paisas no tuvieron más remedio que descalzarse y continuar a pie limpio. Abajo, en los pies de la Piedra estaban su esposa Magdalena, que en medio de la lluvia y a grito limpio lo animaban a terminar la escalada. Así finalizó el cuarto día y una fría noche es esperaba ya muy cerca de la cumbre.
Finalmente el 16 de julio de 1954, justo el día de la Virgen del Carmen y tras cinco días de jugarse la vida en terreno vertical, Luis, Pedro Nel y Ramón llegaron al punto más alto de la piedra conocida como la Piedra de El Peñol y hoy también llamada como Peñón de Guatapé.
Minutos después de las seis de la tarde y con un frío que calaba los huesos, izaban una camisa en señal de victoria, saludando a quienes los veían desde abajo.
Bajaron esa misma noche y se dirigieron inmediatamente al pueblo para contar su hazaña. Allí fueron recibidos con una calle de honor. Al menos a los tres no podrían llamarlos cobardes nunca más, porque habían coronado la cima que en miles de años ningún hombre se había animado a escalar.
Desde entonces Luis Villegas entendió que esa piedra sería el gallardete del futuro del Oriente antioqueño y, en años siguientes a su proeza, compró los terrenos de la piedra, pues estos pertenecían al menos a tres familias que tenían que dar largos rodeos para comunicarse entre sí: alrededor estaban la finca de los Franco, la de los Martínez y los Gallo.
El héroe criollo construyó y reforzó entonces las escalera en madera hasta la cumbre, las cuales estuvieron vigentes hasta la década de 1970 y que sirvieron para que la gente pudiera, de manera más sencilla, emular la hazaña del 16 de julio. Ya en 1976, y contra todos los pronósticos de los ingenieros, inició la construcción de escaleras de cemento.
Cuando el embalse llegó, en 1978, muy cerca a la piedra, el sitio comenzó a recibir muchos más visitantes y para ello la familia Villegas acondicionó una infraestructura que hoy permite que aquella proeza que demoró cinco días y con rudimentarios elementos para estos aventureros, hoy lo haga cualquier persona en unos cuantos minutos y con mucha mayor comodidad de la que tuvieron Luis, Pedro Nel y Ramón. ¡Y aún así, algunos hoy se quejan por la ‘difícil’ subida!
Foto: El Colombiano
Con información de: La Piola Digital, El Colombiano y @lapiedrasitiooficial